20 marzo 2009

SUICIDIO. El segundo después.

El otro día veía un programa de tv que narraba la historia de los sobrevivientes japoneses de Hiroshima y Nagasaki. La historia se enfocaba en las horribles secuelas que padecen aún, con quemaduras, problemas de coordinación, y una serie de enfermedades sucias e inconfortantes. A la mayoría de ellos les tocó vivir las explosiones cuando eran unos niños, 7 a 12 años, presenciando tipos sin ojos, mutilados, quemados, bebés desparramados, niños abandonados, tragedia total. Pero decían que también lo peor fue la discriminación que tienen hasta el día de hoy. Por feos, enfermos, deformes, la gente se hace un lado, son mirados como lacra social, repudiados.

Todos debieron soportar dolores increibles por sus quemaduras, especialmente en esos años que no habían procedimientos tan desarrollados como ahora, y algunos pedían a sus médicos que los matásen porque ya era intolerable el dolor. Uno de ellos, que buscó suicidarse por no soportar sus padecimientos, decía que aprendió que habían dos tipos de coraje: "El coraje para matarse y el coraje para seguir viviendo". Muy sabio.

¿Qué pasa por la mente de una persona que enfrenta su propia muerte producto de su decisión? El tema es complejo y está enredado por lo religioso y cultural de cada persona y que fortalece los frenos mentales para convencer al individuo con mensajes claros .Por ejemplo, en lo religioso: "Es pecado", "No lo hagas", "Dios no vé con buenos ojos eso", "Te irás al infierno". Mensajes que pudiesen ayudar en alguna medida según el especialista Victor Frankl y su logoterapia, pero que en general sólo se aplican a personas que desarrollan el don de la fé.Lo mismo ocurre con su ambiente, su cultura, como en el caso de los japoneses en donde el suicidio a veces tiene un sentido de inmolación y honor, pagando con su vida por sus creencias culturales.

Sin los frenos psicológicos que pudiesen ser la religión o cultura (las primeras barreras mentales en caer, según yo) la persona se enfrenta a sí mismo ante la última y más fuerte barrera: la ESPERANZA . Una esperanza asociada al temor, temor de que todo cambie, para bien, un segundo después que decida matarse y ya no poder hacer nada por revertirlo, ninguna posibilidad, nunca. Es el miedo de no resolver la pregunta: "Y que ocurriría si al segundo que me mato llega la solución a mi problema?" Ese incierto futuro del "segundo después" es la última barrera de contención para quienes deciden terminar su vida haciendo uso de la libertad que tienen sobre ella, libres de factores religiosos y culturales.

Haga el ejercicio dramático en su mente, pensando en aquel problema que lo atormenta día a día y que lo ha llevado a pensar alguna una vez en el suicidio.Piense por unos instántes que ése problema se solucionó sin su intervención justo después que ud. tomó la decisión final de autoeliminarse.Terrorífico eh?

Cuando esta barrera ya no existe, el sujeto entra en un espiral autodestructivo que lo lleva ir perdiendo los temores de abandonar la vida tal como está, ya no le es problema el "segundo después". Pierde el temor, deja de tener miedo, deja de acobardarse...para mal. Es bueno entonces tener ese temor, ese freno, fortalecerlo, pensar y repensar que las cosas pueden cambiar poco después, generar la fé como una expectativa cierta de que las cosas pueden cambiar. Cuando dejamos de ser cobardes ante eso, el camino del suicida está sentenciado. En los adolescentes se vé mucho esta cobardía saludable en sus intentos fallidos por terminar con su vida.

Hay que fabricar esperanza, incluso forzadamente preguntándose qué ocurriría al momento después que decidiera morir. No tanto en relación al sufrimiento que deja en los seres queridos, que pasará al olvido con el tiempo (un suicida es olvidado rápidamente, por un atavismo cultural) , sino fortalecer la idea de que PUEDE SER un sacrificio inútil y ridículo a los pocos segundos...y quizás por un problema que a la vuelta de la esquina tenía la solución. Los vaivenes de la vida, recuerde, asi como le afectan negativamente sin que ud. pueda hacer nada en un momento, pueden favorecerle en otro, en el siguiente minuto.

Algunos me dirán que muchas personas simplemente NO podrián cambiarles en nada su futuro en un segundo después, por ejemplo, aquellos que agonizan o ya viejos sufren de enfermedades dolorosas o denigrantes a su condición. Eso es OTRO ASUNTO, asociado más bien al límite natural que debemos extender la vida por razones médicas, tema de estricta decisión personal y de las familias.

Un caso leí acerca de unos militares que murieron en la Antártida. Al caer en una grieta, uno le imploraba al otro que lo matáse, y le decía: "tengo x años, estoy todo quebrado, estoy reventado por dentro, quedaré inválido, por favor pégame un tiro, tengo dolor,yo no puedo" (no textual, pero algo así). Al poco rato entiendo que murió por su propia condición accidentada. ¿Es distinto al oriental que imploraba lo matasen para no sufrir el dolor de su propia carne chamuscada? No. En ambos casos , hasta el último minuto, fueron unos cobardes, unos buenos cobardes, no tuvieron el coraje, tuvieron el temor de hacerlo ellos mismos pese a las condiciones que se encontraban (quizás el militar tenía menos opción), mantuvieron viva la esperanza.

Con todo, las miles de causas que pueden llevar a alguien a perder la esperanza, a hacer uso de la libertad que tiene sobre si mismo, a i-rresponsabilizarse ante este mundo, es un complejo de pensamientos y emociones, como una tormenta eléctrica para algunos, como una profunda pena y desazón para otros; pero quienes toman la decisión han perdido el temor, no tienen miedo a lo que sucederá un segundo después, ya no les importa, a pesar de que existe la probabilidad de solucionar sus problemas de seguir en este mundo.

El suicidio es el triunfo de la desesperación sobre el autocontrol, de la tristeza por sobre la esperanza, de la rabia por sobre la alegría ,y también de la comodidad por sobre el esfuerzo del natural sufrir humano, pero NO una cobardía. Mejor sea cobarde y viva. La solución puede estar mas cerca de lo que uno cree a pesar que las probabilidades estén en contra.